miércoles, 15 de junio de 2011

A prueba de niños

La publicidad rezaba así. Estos juguetes eran indestructibles "a prueba de niños".
Pasó el tiempo y a mi memoria se me representó la escena del pibe tirando del piolín que ataba el camioncito, y lo retraté. Lo quise inmortalizar y allí empezó todo. O por lo menos creo que empezó esta historia de reeditar historias de ese niño que ya no se si me pertenece o pasó a ser parte de este pasillo largo y con piso brillante. Ese corredor que es por donde circulamos, por donde andamos esta vida.
Allí estaba el nene. En medio de sus miedos y sus inseguridades, aferrado a algunos juguetes. A esos que el tiempo se iba a asegurar de marcar a fuego sobre su mente y con azúcares sobre su corazón. Porque está de más decir que para un niño el juego y la fantasía es tan vital como lo son los mocos que no se sopla porque no se quiere bajar de la bici. Tan incomoda como esas ganas de hacer caca y que puede esperar porque el partido o las figuritas están primero.
Son muchas y odiosas las comparaciones que podemos desplegar en pos de defender las ganas de divertirse que tiene el niño siempre.
Un juguete. Solo uno es el que en este momento recuerdo. Un trozo de materia que sirve para dibujar la felicidad. Un simple objeto.
En el está implícito todo mi amor al recreo.

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