Desde las manos de mi tío Miguel, partían las bolitas de miga que después de las comidas y sin que muchos se entraran, hacía impactar en alguna cabeza distraída.
Varias veces me tocó a mí. Y no saben cuanto agradezco que fuera yo uno de sus "blancos". Me sentía privilegiado, el tío me había elegido a mí.
Por supuesto y como corresponde se armaban unas pequeñas "guerritas" de migazos que cuando se subía la intensidad, mi abuela advertía: "¡Buenooo..!
Hoy, a la distancia y como siguiendo el "legado", no puedo resistir a la tentación de amasar las miguitas que del centro del bollo de pan saco para ajusticiar o simplemente, para hacerme revivir esos momentos de mi infancia.
Tío, ésta te la debo y te voy a estar agradecido por toda mi vida.
Una sola cosa más, que nadie se descuide en la próxima comida y conmigo cerca.
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