viernes, 2 de diciembre de 2011

Los Yuyos

Antes, al la vuelta de cada casa, había un yuyal. Un lugar de exploración y juegos para cualquier niño de barrio que se precie de esa condición.
Antes, salíamos a la siesta, gomera en mano, a "lagartigear", tirarle a los tarros, hacer chozas, cazar mariposas, hacer fogatas o simplemente jugar a la guerrita en esa selva que la providencia nos puso en nuestro camino (yo diría en esos senderos).
Antes recorríamos los baldíos "cirujeando" a la búsqueda de tesoros aún no descubiertos por exploradores. Cualquier cosa podía convertirse en objeto preciado: una botella rara, un juguete roto, una tapa de frascos de penicilina (que con la goma de esta, la usábamos de rueda de autitos rellenos de masilla), ruedas viejas de bicicletas la cual reciclábamos para otro menester. En fin, una infinidad de objetos que llenaban nuestros momentos donde Tom Sawyer era un nabo de dimensiones importantes al lado nuestro.
Mundo por descubrir en cada excursión. Emociones latentes. Momentos que no se pueden transmitir y van a quedar debajo de nuestra piel.
Hoy, al pasar por un yuyal, el olor del recuerdo aturde mi lengua y me deja mudo mi tacto.
Capaz que por eso, pienso, los baldíos deberían ser sembrados adrede y declararlos "Parques Infantiles Barriales".
Los baldíos y cada uno de sus yuyos son para mi, área protegida de toda pala mecánica predadora.
Los yuyales no se tocan. Archívese.

No hay comentarios:

Publicar un comentario