jueves, 2 de febrero de 2012

A la una, a las dos...

Mucha arena y agua caliente. Bajito y ambarino. "Ideal para los chicos...".
Las ramas de lo sauces caían sobre el río y le hacían cosquillas al Xanaes y este reía. Y nosotros reíamos. Y no había nada que nos detuviera. Nada.
Era la libertad absoluta. La felicidad plena e inconciente.
"¡Haber quien aguanta más abajo del agua..!"; pescar con la mojarrera; correr la sandía a la sombra sobre el río para conservarla fresca; hacer caca en el agua y mirar como el río se lleva el resultado; acercarse con cuidado a la gran parrilla para ver como marcha el gran asado; preguntar con asombro curiosidades sobre la pesca de anguilas a mi tío que en la orilla organizaba su estrategia; Usar las ramas del sauce como lianas para tirarnos desde la orilla y caer desparramados al agua, podía llevar horas de ejercicio; Salir a investigar "islas" nuevas por todo el ancho del río era armarse con palos y largarse a la aventura corta pero demasiado intensa; Escuchar los gritos desesperados de las madres con sus característicos "ponete Sapolan..!"; No te metas al agua después de comer que te va a dar un calambre; Ojo con los bichos; Sentate un rato...
Sentate un rato. Como si fuera fácil. Como si uno puede resistir a esta vida. A la vida en estado puro y eterno.
Allá vamos, a tirarnos al Río. A meternos a la memoria. A inmortalizarnos.

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