El
mejor poema para Córdoba, aún no ha sido escrito. Aún está en la punta de esa
birome, en esa tecla de máquina de escribir o esperando en el cursor titilando
de esa computadora.
Seguro
que está a la espera, presta a darse a conocer. A salir a la luz.
Aunque
es improbable cuando esto puede ocurrir, si es que ocurre alguna vez.
Pero
esto no debe preocupar ni ponernos ansiosos, ya ha habido gente que se fue
adelantando y ha escrito bellezas sobre esta bendita ciudad. Mucha gente.
Muchos poetas y escritores. Muchos músicos y artistas. Muchos enamorados.
Desde
aquel comechingon que mirando el río pasar y seguro pensó en un poema,
pasando por Don Arturo Capdevila con sus rimas y versos o escuchando a Posdata
en sus canciones y terminando en Daniel Salzano con sus bellísimos escritos,
todos los que están en el medio, y digo todos los demás pensadores, escritores, cantantes,
borrachos, bohemios trasnochados, humoristas, taitas, carreros, gente común que
piensa en voz alta y demás personajes identificados con esta mágica ciudad,
todos, absolutamente todos, caen en un lugar común: se quedan cortos.
Si,
siempre les falta algo.
Son
infructuosos los esfuerzos por abarcar semejante caudal de río, tanto color de cielo
y olor de yuyos. Reunir lagunas dibujadas por flamencos, mesas de bares, las
tipas y las putas, el pincel de Malanca y sus caricias, el fuelle de Ciriaco y
el fondo musical, la Hortensia y su papa, “la San Martín” y el griterío, el
parque y la cueva del oso, el cerro y los chetos, el trole y las trolas, los
carros, la puma, el rastrojero y el Torino, el pulqui, los hoteles de la San Jerónimo y las valijas, el San jerónimo y sus
cajones, el cajón del lustrín con radio, el arco de entrada donde todos alguna
vez soñaron ser caballeros medievales, las estatuas mutiladas y llenas de
escritos con “licuid peiper” con nombres y apodos como en las piedras de las
montañas. Las viejas casonas de Nueva Córdoba que nos dejan y aparecen toneladas de
cemento con balcones vacíos, talleres y jardines, Belgrano y Alberdis, Bella
Vista y pocitos no muy profundos, barrios obreros y lomitas no muy altas.
El
bajo Pueyrredón y la torre Angela. El Faro y el Dante. Los boliches de la
Cárcano y Villa Retiro. El Rivera Indarte y el “arpista” de la peatonal.
No
se pueden acordar de todo ni de todos. Ni todos pueden andar pateando sapos
Cativa ni se ponen colorados como el cabeza ni negros Alvarez. No hay tanta
memoria para agrupar il pappagallo di Bologna con Cubas de Oro ni Romagnolos
con Europeas.
Desde
“La bajada del Cajón” en el viejo Camino a Carlos Paz, hasta los nuevos puentes
del Bicentenrio en el Nuevo Centro Cívico.
Desde
el Rosedal sin rejas hasta la Cárcel de Bouwer
El
amor en el Parque y un romance en un “Country”. La Mar Chiquita y los ríos de
caca que bajan por las calles desde una boca de cloaca.
Las
grietas de las ciclo-vías y los paisajes nuevos del Camino al Cuadrado.
El
Hotel Edén y mi casa. El Parque Las Heras y mi Patio. Los gatos de mi techo y
el mono Silvio. El Arzobispo y mi vieja.
Mis
años y la vida que no viví. La vida que me falta. El amor que me sobra por este
pedazo de mundo, por esta dulce propuesta de ciudad que me saluda cada mañana
con una bocina de tren que ya no existe desde muy lejos, pero que se oye.
El
murmullo de esa ciudad que me besa cada noche cuando me voy a dormir y a seguir
soñando que en cada rincón de mi memoria, todavía le faltan datos para armar el
mejor poema, la mejor canción, el mejor escrito.