Bruma que se levanta del río en los junios que prometen empañar sueños.
Tranquilidad de barrios quietos con esquinas llenas de comentarios contrastan con la chispa del centro y los ruidos del aire enrarecido.
Las calles coloniales con paredes amohosadas por la lluvia y falta de goteros y desagües.
El empedrado que reclama con su grito desde el fondo del asfalto. Arboles cansados del olvido y la indiferencia del peatón apurado, se hace vivo desde su tatuaje de corazones enzartados por flechas.
Veredas angostas, muros expropiados que son testigos de perros abandonados a su suerte y fortuna.
Hojas color pergamino que se juntan en las plazas y juegan con los poetas y soñadores.
Y la vida que pasa presurosa sin importale a quien lleva por delante, sin pedir permiso y sin detenerse.
A lo lejos se escucha el ronroneo urbano mezclado con la música de una calesita. El olor del día se hace intenso y se va perdiendo en las sombras de la Cañada. Una mujer se confunde entre las curvas de la ciclovía.
Todos los colores se revientan en mi cabeza y tiñen de cielo mis pensamientos. Y Córdoba vive en mí.
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